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INTRODUCCIÓN
Llevábamos meses encerrados en casa. Apenas hacíamos alguna salida corta y, sinceramente, estábamos ya bastante aburridos en lo que se refiere a salir. Eso sí, el trabajo no había parado, al contrario: yo trabajé más que nunca. Pasaba todo el día frente al ordenador, avanzando con proyectos, agencias y todo lo que podía. Pero claro, los ingresos bajaban. Las clases particulares disminuyeron, así que tuve que buscar alternativas por otros lados.
La llegada de la pandemia nos desmontó muchas cosas. Como a todo el mundo, tocó adaptarse.
Una de esas adaptaciones fue física: como no podíamos salir, nos pusimos muy en forma en casa. Entrenábamos a diario: piernas, brazos, de todo. Eso nos fortaleció muchísimo y, como resultado, Raquel empezó a tener muchas ganas de montaña. Después de aquella escapada a Monte Perdido y del viaje que hicimos a Estados Unidos, ya se había despertado su pasión por el senderismo. Y yo, qué decir… ¡tenía unas ganas de monte tremendas!
Así que, en cuanto vimos una ventana de oportunidad en las restricciones, decidimos reservar un apartamento en el Valle de Arán. Por supuesto, todo con seguro de cancelación, por si pasaba algo.
Justo cuando se acercaban los días del viaje, se ordenó el confinamiento de parte de Lleida, que era precisamente por donde debíamos pasar. Raquel se empezó a poner muy nerviosa, y todo nuestro entorno (familia, amigos…) nos decía que no fuéramos, que no se podía, que nos íbamos a meter en problemas.
Yo decidí informarme bien. Me leí el BOE, las actualizaciones de la Generalitat, y confirmé que, como estábamos de tránsito, no debíamos detenernos en las zonas confinadas. Legalmente sí podíamos viajar. Ella seguía insegura por la presión social, pero al final accedió, eso sí, bastante tensa.
Tal y como sospechaba, los Mossos d’Esquadra nos pararon, pero al comprobar que íbamos de paso, nos dejaron seguir sin problemas.
Moraleja: no hay que fiarse de lo que dice “todo el mundo”. La mayoría no está bien informada. Se quedan con los titulares o con lo que escuchan por encima. Siempre hay que leer el documento oficial completo, porque incluso la policía a veces no tiene claro el protocolo. Si tú llevas la normativa clara y documentada, puedes defenderte y continuar tu actividad legalmente.
Y así fue como, tras resolver todo este embrollo, comenzamos nuestra aventura en el Valle de Arán. Listos para disfrutar de la naturaleza, el aire libre y la montaña, con más ganas que nunca.
11 de julio de 2020 — Ascenso al Pic de Ratera
Hoy tocaba madrugar, porque nuestro objetivo era subir al Pic de Ratera, una cima situada en el Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, que promete vistas espectaculares.
Llegamos al parking y vimos a lo lejos un taxi de montaña. Aún era temprano y los taxis normalmente empiezan a subir más tarde, pero justo ese ya iba cargado con algunos excursionistas. Le preguntamos al conductor si podíamos unirnos, y, con amabilidad, nos dijo: “¡Subid!”. Así que allá que fuimos, a toda velocidad, porque tenía que dejar a los otros clientes cuanto antes.
Los chicos con los que compartimos el taxi eran majísimos y se notaba que iban a por una travesía larga o una cima potente. Nosotros empezamos nuestra ruta a un ritmo más tranquilo, pero alucinando desde el primer momento con el paisaje. Todo estaba verde, vivo, de pleno verano. Prácticamente no había nadie. A lo lejos, unas nieblas entraban por el Valle de Arán, haciendo la escena aún más mágica.
Fuimos ganando altura poco a poco, disfrutando de los caminos, los árboles, las rocas, y pronto empezamos a ver los lagos cerca del Estany de Colomers. Era espectacular.
Seguimos subiendo, felices, hasta llegar al Clot de Ratera, donde empieza ya la subida más pronunciada. Fue en ese momento cuando notamos el desgaste: el calor había estropeado parte de la comida que llevábamos y nos quedamos sin almuerzo. Subir con hambre no es lo ideal, y Raquel se empezó a encontrar floja. Me dijo: “No puedo más, no creo que llegue a la cima.” Yo le propuse parar, descansar un poco y ver qué tal nos sentíamos tras comer algo.
Fue buena idea. Tras unos minutos de pausa y reponer fuerzas, recuperó la energía y me dijo: “¡Va, sí! Subamos.”
Los últimos metros eran exigentes, no peligrosos ni técnicos, pero con buena pendiente. Finalmente, llegamos a la cima del Pic de Ratera, completamente solos. ¿Y las vistas? Indescriptibles. Se veía todo el Pirineo, el Parque Nacional en toda su magnitud. Uno de esos momentos en los que ni una foto puede hacerle justicia. Lo tienes que vivir.
Anécdota técnica
Aquí me llevé una sorpresa: me di cuenta de que el iPhone se había conectado automáticamente a una red de Andorra, aunque estábamos bastante lejos de la frontera. Y claro, eso implica roaming. Un buen susto.
Consejo: si vas por zonas fronterizas, desactiva la selección automática de red. Ve a Ajustes > Datos móviles > Selección de red y quita el automático. Así, aunque tengas activado el roaming, el móvil no se conectará solo a una red extranjera. Tendrás que hacerlo manualmente, lo que evita disgustos con la factura.
Después de la cima, nos hicimos algunas fotos espectaculares con mi nuevo trípode ultraligero (que va de maravilla) y comenzamos la bajada, felices y satisfechos. Disfrutamos el descenso, comentando lo vivido, con esa sensación tan agradable de haber alcanzado una cima y de haberlo hecho juntos.
Al final del día, vuelta al apartamento para descansar… y con el alma llena.
12 de julio de 2020 — Día de cascadas
Hoy ha sido un día mucho más relajado.
Fuimos a visitar algunas cascadas, empezando por el impresionante Sauth deth Pish. Luego nos acercamos a la zona de Montgarri, y finalmente hicimos una breve excursión a un rincón que me encanta: la Artiga de Lin, con sus famosas cascadas del Uelhs deth Joeu.
Ese lugar es pura magia. Las cascadas brotan con fuerza entre las rocas, en medio del bosque, creando un paisaje fresco, verde y vibrante. Es una caminata sencilla, ideal para todo el mundo, pero aun así muy especial por su belleza.
13 de julio de 2020 — Turismo tranquilo
Hoy fue un día de descanso total para recuperar las piernas tras el Pic de Ratera. Aprovechamos para hacer un poco de turismo por el Alto Arán. Visitamos los pueblos de Arties, Bossòst y Vielha, disfrutando del ambiente, las calles, la arquitectura y alguna que otra terraza para picar algo.
Fue un día sin prisas, sin desniveles y sin mochila, simplemente dejándonos llevar por el encanto del valle.
14 de julio de 2020 — Ascenso al Montardo
Hoy volvimos a madrugar. Esta vez, cogimos otro taxi de montaña, que nos acercó al punto de inicio del ascenso al Montardo. Compartimos el trayecto con un grupo de semi-jubilados muy animados, que ya planeaban hacer cima antes del mediodía y luego seguir a otros puntos. Yo, que había estudiado bien los perfiles de desnivel, pensaba: “No sé yo, esto no es tan fácil como lo pintan…”.
Y es que el Montardo no solo tiene un desnivel fuerte, sino que además hay mucha piedra suelta. No es una cima técnica en el sentido clásico, pero sí rompepiernas, especialmente en la bajada.
Desde el punto donde nos dejó el taxi hasta el refugio, ganamos 400 metros de desnivel rápidamente. Pero la excursión completa suma más de 1.500 metros de desnivel, y eso ya es una buena paliza.
La subida, una vez más, fue impresionante: el paisaje, la luz del amanecer, el silencio roto solo por nuestros pasos. Y como suele pasar en la montaña, uno ve una cima y piensa: “¡Ya está!”, pero no… Era solo un collado. Y luego otro. Y la verdadera cima aún estaba más allá.
En uno de esos collados, Raquel se quedó sin fuerzas. Me dijo: “No puedo más, me quedo aquí a comer algo”. Le dije que no pasaba nada, que descansaríamos y luego decidiríamos. Tras reponer un poco de energía, se animó a seguir, y finalmente hicimos cima.
Qué sensación… Estar arriba del Montardo, con esas vistas al Aneto, la Maladeta, todo el Pirineo a nuestros pies. Es difícil de describir con palabras: paz, inmensidad, logro.
Bajada accidentada
Emprendimos la bajada con cuidado, pero en algún momento —no sé si por un mal paso, o por la acumulación de impactos— me lesioné el tobillo. No me di cuenta enseguida, pero el dolor fue apareciendo después. Estuve varias semanas tocado por eso. Aun así, valió completamente la pena.
Al final, llegamos al coche y de allí, al apartamento, con esa mezcla de cansancio y satisfacción que solo te deja una buena montaña.
Conclusión de esta escapada
Este viaje ha sido un desahogo total. Después de tantos meses encerrados por la pandemia, con tanta incertidumbre, miedos, y tensión acumulada, esto ha sido un reinicio emocional. Hemos vuelto a sentirnos vivos, fuertes, conectados con la naturaleza.
Y lo mejor de todo: Raquel se ha enganchado a la montaña por fin. Eso me llena de motivación para seguir explorando, planear nuevas rutas, buscar aventuras más salvajes juntos.
Una cosa que me reafirma este viaje: hay que seguir el propio instinto. Informarse bien, contrastar, y no dejarse llevar por lo que diga la gente —aunque te quieran y lo hagan con buena intención. Porque muchas veces hablan sin información real.
Si no nos hubiéramos informado por nuestra cuenta, no habríamos venido. Y sin embargo, cuando nos pararon los Mossos, pudimos seguir sin problema, porque teníamos todo en regla.
También aprendí (o más bien confirmé) que, si no te ves con conocimientos o seguridad para hacer ciertas rutas, lo mejor es contratar un guía de montaña. Ellos saben leer el terreno, anticiparse a los cambios de tiempo, contactar con refugios, gestionar situaciones imprevistas. Y por supuesto, llevar siempre material adecuado y, en mi caso, también el teléfono satelital Garmin inReach, por si acaso.
Seguiremos saliendo a la montaña. Seguiremos viajando. Y seguiremos viviendo.