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EL VIAJE
Viernes 8 de septiembre de 2023
Ese día fue muy divertido, aunque al principio no lo parecía. Nos fuimos a dormir pensando que sería una noche tranquila. Pero, de repente, me desperté a medianoche. No sé muy bien por qué; a veces me pasa, tengo estos despertares extraños a mitad de la noche.
Entonces veo, a través de la persiana, como si alguien estuviera apuntando con una linterna. Ahí estaba, dando unos destellos. Pensé: “¿Qué vecino estará haciendo eso? ¿Qué es eso? ¡Qué tonto el vecino!”
Y justo en uno de esos destellos intento cerrar los ojos… y oigo un trueno.
Y yo: “¿Cómo? ¿Tormenta?”
Por suerte, siempre tengo la cámara encima (eso sí, el trípode no). Así que me levanto y corro al coche a buscarlo. Cojo las llaves de casa y bajo al coche.
Contento, agarro el trípode pensando: “¡Qué rayos más chulos!”. Subo a casa… pero las llaves estaban puestas por dentro. No puedo abrir.
Mi pareja duerme con tapones. Toco el timbre, la llamo por teléfono… nada, ni caso. En una de estas, por fin, me abre. Yo estaba abajo, esperando y esperando.
Después de esta anécdota, por fin me dispongo a hacer las fotos. Subo al balcón —en el piso de alquiler que tenía mi pareja entonces—, que tenía muy buenas vistas de toda la ciudad de Olot, y me pongo a fotografiar esta magnífica tormenta.
¡Qué rayos! Menudos rayos.
Eso sí, la tormenta estaba bastante encima, así que tuve que usar paraguas y secar la lente de vez en cuando. Pero valió la pena: las imágenes hablan por sí solas. Fue una de las mejores tormentas que he fotografiado nunca.
